Desde hace 4 años, parece que el mundo cambia más deprisa. Lo cierto es que la velocidad a la que evoluciona mi vida también se ha acelerado.
A principios de 2020, viví un “burnout”, un despido y, al mismo tiempo, la pandemia. Me encontraba deshecho por dentro. Decidí que iba a recuperar el equilibrio interno implementando nuevos hábitos a nivel físico, mental, emocional y espiritual: meditación, “earthing”, calistenia, leer un libro a la semana, duchas de agua fría… Entendí que los buenos hábitos eran fundamentales porque somos lo que hacemos repetidamente.
Reflexioné sobre qué se me daba realmente bien y cómo quería aportar valor en el mundo: dar fundamentos y acompañar en el cambio de chip y hábitos a equipos.
Descubrí lo que significa el Ikigai y que para dar el máximo de nosotros debemos centrarnos en las fortalezas, no en las debilidades.
Me marqué unos objetivos y empecé a hacer cosas moviéndome hacia ellos. Había estado trabajando 12 horas al día durante años para descubrir que no me llenaba mi trabajo. Me di cuenta de que, si no sigues metas propias, sigues las de otros.
Hoy, cuatro años más tarde, dirijo un negocio con un propósito que me emociona y que genera un impacto positivo: Construir organizaciones más prósperas y humanas conectando lo que nos hace únicos y lo que nos une.
En definitiva, el proceso de evolución que viví hace cuatro años junto a mi experiencia de 10 años en grandes empresas, me permiten ayudar a empresarios a sacar lo mejor de sus negocios.
Después de haberlo vivido en primera persona, sé que cuando sabes quién eres, hacia dónde te diriges y tienes la disciplina para dar pequeños pasos en esa dirección, los resultados son cuestión de tiempo.
Angel Bascuñana Acero